1/7/07

Julio

¿De dónde vino este gato echado junto a mi? Tiembla, se estira, pone sus patas en mis brazos y son cálidas. Me mira ¿Qué mira en mí? Lo veo mirarme y me veo en su mirada... en él me veo verme. ¿Son los ojos las ventanas del alma? Pues mi alma está vacía... o no? no es verdad, quizá simplemente me está negado ver mi propia alma. Me veo verme o pongo la mirada en mi mirar; desaparece, hay un hueco en esta imagen, como poner un espejo frente a otro espejo. Como en el poema de Valery, “...je me voyais me voir”,como en la premisa más “grande” de Descartes, je pense donc je suis, cogito ergo sum. Tiene un enorme hoyo ¿No se habían dado cuenta? Sólo pónganse frente a un espejo y mírense a los ojos. Es un ouróborus, una serpiente mordiéndose la cola, la auto conciencia es un artificio. Yo soy esta perversión -y qué bueno- un ojo que quiere verse, una nariz que quiere olerse, una lengua que quiere saborearse, una mano que intenta tocarse en el vacío. A fuerza de este repliegue del ser soy casi un enfermo y nada.. Está este hueco en esa imagen, todo lo que puedo ver de mí no es todo lo que soy. Estoy atascado en este nudo, en este pliegue del espacio-tiempo, del universo.
Me veo verme y entonces ya no veo, pero está todo lo demás que forma este rostro. Voy del todo a las partes, de las partes al todo, mi mirada fluctúa..
A veces olvido mi rostro y voy a buscarlo al espejo, es como verlo por primera vez ¿Soy este rostro? Casi siempre estoy serio frente al espejo, aunque a veces me río conmigo mismo, se transforma por completo. Sin embargo no sé que cosas hará cuando no lo veo, qué malabares, qué nuevos gestos inventa. Siempre inventa nuevas cosas con el tiempo, una cuarteadura por aquí, un nuevo pliegue que empieza a nacer por allá. Si tuviera emociones, supongo que se excitaría, ¡Mira! ¡mira! La nueva arruga que estoy haciendo ¿No estas orgulloso de mi? O será muy vanidoso y me dirá: Julio, ya no te rías tanto, deja de levantar las cejas, ve como me has puesto... ya duérmete Julio, ya duérmete. Lo sé.
Voy a verme al espejo, hoy he reído mucho. Dos líneas rojas se escurren desde los costados de la nariz y se pierden donde la boca empieza. Esta boca de labios sin formas prominentes, un poco chuecos, ni grandes ni delgados, el nido de un piano desafinado de teclas rotas, desgastadas y desorganizadas, con la sordina trabada. Sólo toca esta voz de murmullo que se rompe aquí o allá, se adelgaza y se raspa, se tropieza dando tumbos. Esta voz apagada, encerrada por las burlas de la adolescencia o los estragos de las infecciones o no quiere ser escuchada o es el narcisismo porque yo la escucho tan bien y Juanito a un metro dice ¿qué? ¿qué has dicho?...
Pero sigue aquí este rostro. Esta frente que crece como un desierto, unas dunas, las cejas dos líneas casi rectas y un precipicio. Nace la nariz enterrada donde la frente se quiebra, un ángulo y una línea que se curva levemente y dos enormes hoyos para dejar entrar la vida sin tanto trabajo. Aspiro el viento húmedo y refresca todo el cuerpo, como embarrarte hierbabuena. Y dónde están los ojos... encerrados en las noches en vela. No sé de qué color son, café claro, café, yo digo que son amarillas y algunas personas se ríen. Pero bueno, son del color que son en esta cara casi sin raza, en esta cabeza mesocéfala con pelo chino, en este rostro no muy peculiar, triste, enfermo, alegre, de loco, que explota en una risa que quiere transgredir sus límites físicos, abandonar el rostro. Rostro de púbero desvelado y velado, más opaco que transparente. Rostro mentiroso, máscara. Rostro de este cuerpo flaco, de manos magras y decrépitos dedos. De este cuerpo de piernas de pollo que caminan a todas partes, que están felices de caminar.
¿Qué más hay de mi? Estas manos que a veces duelen, tan delgadas, pero no muy delicadas. Manos como de viejito en este cuerpo que se desarrolló tan lento. Manos que siempre han podido hacer todo lo que les pido. Manos que a cada dibujo podían dibujar mejor y era tan extraño, que a cada pieza que tocaban podían tocar mejor, que esculpen sin que nadie les haya enseñado. Manos que crean pero que destruyen, que siguen buscando en los relojes desarmados el tiempo y no encuentran nada y que, gracias, no anduvieron por ahí destrozando animales para ver si encontraban la vida. Manos que acarician pero que han golpeado y que pena y que bueno, porque en ocasiones gracias a ello este cuerpo ha seguido en pie.
Soy yo esta ambivalencia. El mismo niño asustado que nació enfermo de melancolía en tiempos de lluvia, el cielo gris y asmático, y el suelo verde del pasto y lleno de flores de colores. Las corto, las cuido, las aplasto, las destruyo, te las regalo para que no estés tan triste, para que me perdones, las arrojo al vacío o las destrozo contra el suelo para escribir nuestros nombres en la banqueta.... “Llueve aún y las luciérnagas pululan por todas partes... es de noche, hago prisionera a una, está condenada a muerte, con ella intento escribir tu nombre en tu vientre... sólo logro la primera letra; brilla un momento y desaparece en la oscuridad.” Soy el mismo niño escondido en las sabanas y luego lanzándose contra sus temores, hasta golpearse la cabeza. Lastimar y ser lastimado. El mismo niño, tan cambiado y tan diferente. Sin de dónde ni a dónde, ni dios ni diablo, ni cielo ni infierno. Tan estúpido como para no creer su estupides o tan inteligente como para aceptarse estúpido. Este mismo extraño que la gente creía drogado... los niños corren a sus casas: “hay vine el loco” –y no lleva ningún burro blanco. Este mismo extraño, extranjero, de ninguna parte, caminando a solas por las calles llenas de personas, dejando entrar el mundo por los ojos, oliéndolo todo -y tan feliz de estar ahí para olerlo-, dejando entrar el mundo por los oídos, pasmado, detenido... “Julio, Julio... despierta... la vida está aquí...” y yo digo –sí sí... te acabas de perder la sonata que toco ese tren mientras partía... y no viste esta imagen tan atrozmente bella que tus ojos ya no tienen sentido... sólo deliro.
Sigo aquí, sobre esta línea. El gato ya se fue, no le gusta cuando escribo porque no puedo mimarlo... mañana quizá ya no venga... quizá mañana ya no esté tan triste... No hay un ángel de la guarda tocando a mi puerta., pero siempre viene un gato a la casa cuando estoy triste y se lleva un poco de eso... ¿Vafomet? No, pero yo no creo en eso... sólo en la poesía, en algunas personas y un poco en el psicoanálisis.