18/1/10

Infomercial (o quién los quiere)

Como habrá notado cochino lector, he rescatado la plantilla del blog de viejas carpetas olvidadas en viejos lugares, y del mismo lugar las imágenes que hacían parte de algunos post, y las he vuelto a cargar a la red. El proceso seguramente habría sido más simple si hubiera solicitado la ayuda de algún usuario informado, pero a su infiel servidor le gusta hacer las cosas por sí mismo, bueno, en realidad no le gusta tanto, pero le da pánico parecer retardado al necesitar ayuda (además no quería cachetear gente al escuchar la palabra “picasa”). Aunque en realidad creía que ese Orgullo y terquedad se habría atenuado después del día que se me ocurrió poner el azulejo, el escusado, y el lavabo del baño de mi casa; no es que haya quedado mal, de hecho no quedó nada mal, pero descubrí que de albañil no duraría ni un mes sin perder la característica postura erguida de nuestra especie y que a veces estaba bien dejar que otras personas hicieran las cosas por uno. Volviendo al tema anterior, esperemos este trabajo no resulte en un esfuerzo infructuoso y los bits que conforman las imágenes sean de nuevo enviadas a la chingada por alguna mente maligna como la de Carmen salinas o Bill Gates (para variar las imágenes están hospedadas en un servidor de Microsoft; pero pus’ qué esperaban chavos, lo barato sale caro).

Respecto del adjetivo que he usado (cochino) para dirigirme a ustedes, puesto que sólo verifica la teoría de que si un árbol se cae y nadie lo ve, el pobre árbol como que si ni se hubiera caído, entonces no habría de qué disculparse. En su defecto, olviden que lo he escrito.

Pero pasemos al júbilo que motiva la actual entrada. Es mi placer …s lectores, hacer de su insufrible conocimiento que este blog está de fiesta, que es un orgullo para mí informarles que el blog contará con banda sonora propia. Uno no podía dejar pasar la oportunidad de aprovecharse de un menor de edad casi talentoso… no todos los días te encuentras a niños menesterosos de amistades podrídas buscando ranas en los charcos que se forman en los hoyos del pavimento. Así que próximamente el joven “él Dolorosa” musicalizará algunas de mis entradas, las que como sabrán, son pocas e inconstantes; aunque es probable que pase también al revés, que yo visualice su música, de tal suerte que es posible que haya más cosas que subir, si las hay.

Así expuesto, coming soon o no tan soon:




Espero nadie se pregunte, al igual que él, por qué puse en su logo un patito. No es un patito, es un acrónimo pecho-tierra; que por qué está pecho-tierra, porque estamos en guerra señores. Tomen sus cascos y relájense.

Un fragmento:


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*No hay versión en francés, por excedentes de pereza.

14/1/10




Son las 11:37 pasado el meridiano de Greenwich. Londres amaneció, suceso poco habitual por etas fechas, con nula neblina. El sol se posa orgulloso y petulante sobre las calles sin llegar a calentarlas; ellas se conservan frías, tiesas, como animales muertos pero sin ningún olor que las delate. Los aviones atraviesan el cielo hacía el este, hacía el sur de la ciudad, las nubes se desgarran a su paso. En una de sus calles, cualquiera daría lo mismo, la gente comienza a aglomerarse.

Más tarde ellos encontrarán en el reporte entregado por la embajada el nombre de “Portman Square”, el cual no les dirá nada y nunca aprenderán a pronunciarlo.

Ahora mismo, más gente sigue aglomerándose. Sorprendidos, quienes con sus propios ojos vieron el suceso; ciudadanos cualesquiera, quienes acuden en auxilio; curiosos, que se aproximan gregariamente; mirones, que se acercan con la ambición de saciar su morbo; a lo lejos no se distinguen unos de otros. Más allá, un sonido que se agudece a su paso empieza a hacerse presente desde la lejanía. Se aproxima, inunda el espacio poco a poco y, de pronto, todo de una sola vez. Entre las voces revueltas, se distingue:

What happened!


poor girl.

poor girl

Hay una niña meciéndose en un columpio, su pelo tan largo como su espalda se suspende unos instantes en el aire cuando su cuerpo se precipita pendularmente hacía abajo, y desde el punto más cercano a la tierra húmeda que se extiende bajo sus pies, vuelve a elevarse, se agarra fuerte, el pelo vuelve a caer a sus espaldas. Ríe y risas ajenas le salpican el rostro como el agua atomizada que el viento arrastra a orillas de una caída. El cuerpo pesa cuando se eleva, se vacía cuando va cayendo y hace cosquillas. “Perder peso da cosquillas”, piensa. ”Si lograran inventar una dieta que fuera muy rápido, a gran velocidad, como un auto descendiendo una pendiente… las mujeres sufrirían menos, adelgazaríamos muertas de risa. Creo que las anoréxicas no sonríen mucho”. Sus recuerdos de la infancia comienzan a mezclarse con los comerciales de la TV: “Baje tres tallas en 3 días”. “Demasiado lento”, se dice, mientras juega en sus manos el boleto de avión, el cual no ha alejado de sí desde que lo tuvo en su poder. El papel un poco grueso, satinado, con las marcas de la cortadora en las aristas y atravesado por la línea en la que será desprendido. Vuelve a leer, por enésima vez:

Flight & Date/Vuelo y Fecha: 120807, Gate/Puerta: A12, Seat/Asiento: 26B, Boarding Time/Hora de Abordaje: 4:00 pm, From/De: Mexico City To/Destinación: Londres.

“Un avión comercial alcanza una velocidad de más de 200 km/h sobre pista, para luego empezar a despegar. Pero el peso acumulado en este proceso por la fuerza de la gravedad no es tan perceptible. Quizá como en un columpio o menos… ya lo sabré. El aterrizaje no puede ser tan diferente, un hueco en el estómago, cosquillas en la entre piern… cosquillas, qué voy a hacer contigo David, qué vas a hacer sin mi David… tus caprichitos. Ya va ser la hora de cenar… ni flores ni lágrimas, el pequeño David, el puto David… huele a sopa de tortillas. Mamá, voy a tomar té por las tardes, a tener acento inglés, como sea nunca lo sabrás, nunca lograste pronunciar bien outlet, vamos al aulete decías, con tu acento de ranchera… con mi acento de ranchera que terminé de perder después de tantas burlas, como la virginidad mamá… no sabrás cuántos ingleses dormirán en mi cama… te agradezco todo mamá. La Lupe se va pues y también gracias a ti con tu cara de mujer abnegada. Gracias a él a pesar de los golpes… Maten a las borregas que la Lupe se va, gritó… la niñita, la niñita, entre las sábanas húmedas en el patio, el viento arrastraba insectos y el invierno, mecías las caderas al ritmo del agua en el lavadero, mi ropa, los calzones de mis hermanos… Lupe ya métete… qué aprendiste hoy Lupe… mamá el Big Ben es un relojote… ahogados en la neblina, no estarás allá David… los ingleses tienen los dientes chuecos… huele a sopa de tortillas, es hora de cenar… quién abrió la puerta”

Sentada en el comedor de la casa de sus padres, su casa, la misma desde que ella tiene memoria, siempre limpia, siempre ordenada: “el trabajo de ama de casa es de 24 horas, hueva… hazme de comer vieja… hueva, los mariditos, unos les limpia el piso de rodillas, mientras ellos se acuestan con la vecina, quien se arrodilla por otro hombre… pasan su vida arrodilladas sin tener nada por qué pedir perdón, sin penitencia, pero con culpa, de qué, de quién, no saben… hueva.” Piensa, escucha en la cocina a su madre menear la sopa de tortillas, la que ella tanto gusta. “…abriste la mano bebe, canicas sucias, comíamos en el mismo sitio, la mesa gastada, éramos unos escuincles.” Siente ganas de llorar. Las mismas paredes, los olores de siempre, su madre como parte del decorado, como parte del piso, como parte de los muros, encerrada siempre en ese cuarto, esforzada, correcta, pulcra porque ella, ellos tuvieran una buena alimentación, una buena educación. Sabe que dirá adiós, que no volverá a estar sentada justo ahí, no en mucho tiempo, y de vuelta sólo como visita. “¡Hola! He venido desde muy lejos… cómo huele Inglaterra…”. El nudo en la garganta, el hueco en el estómago. “Tantas emociones de un sólo golpe debía ser ilegales, justo como los abortos”, se dice. La tranquilidad le regresa un poco cuando recuerda todo el esfuerzo, siempre la primera de su clase, siempre becada. ”Ya levántate Lupe… los gallos en la oscuridad, en la oscuridad buscando a tientas los zapatos, la mochila… métete a bañar Lupe, el agua fría, los pezones duros, temblando, temblando”. Sus padres estaban orgullosos. Todos hablaban de ella. “La Lupe se va a los Europas…”, “un doctorado…”, “va estudiar no sé qué madres…”, “pinche vieja…”; decían, entre orgullo y odio.
“Es tarde… ya es hora, ya me voy… no me esperen pronto, papá, mamá”

Esa tarde, lágrimas en sus ojos, lágrimas en los ojos de ellos, su camión partió hacia la ciudad de México, desde la que su avión se dirigiría a Londres.

El vuelo 120807, Ciudad de México – Londres, arribó a las 9:15 hrs, zona horario Londres – Lisboa, en el aeropuerto Heathrow. En algunos minutos Lupe pisaba por primera vez tierra extranjera; si al mortecino, aséptico y pulcro piso de la terminal 6 del aéreo puerto podía llamársele de tal forma. Como fuera, Lupe observaba todo maravillada, la sola idea de saber que no era más su tierra, que se encontraba al otro lado del océano, le resultaba extraña. Qué diferencia había entre el aeropuerto de una ciudad y la otra, en realidad no parecía haber mucha, otra construcción moderna más. La misma sensación de vaciedad en las amplías salas abarrotadas de gente, la luz de tonos cálidos, regada, bañando una construcción de una frialdad hipertécnica, hiperfuncional. La idea de otro país, otro continente, palpitaba en su cabeza, mirar con otros ojos las mismas cosas, otra gente, Londres nacía primero como una pura idea que hacía que los mismos muros que se pudieran encontrar en cualquier parte del mundo fueran puestos bajo otra mirada. “Cuánta agua debe haber allá abajo”, había pensado mientras miraba por la venta del avión sin ver más allá de la oscuridad de la noche, apenas había una diferencia entre aquí, de donde ella había partido, a allá, donde ahora se encontraba. Había sido como un pasaje a otra dimensión; caminar a oscuras y de pronto aparecer en otro lugar, en el que todo era tan parecido, pero a la vez tan profundamente diferente. Resultaba difícil de ser digerido. La misma luz, la misma dureza del piso, la misma sensación del agua en la boca. Sin embargo algo se respiraba diferente, se olía diferente, el frío parecía ser otro frío. “Heathrow”, el nombre se saboreaba, se imaginaba una taza de té, la Reyna de Inglaterra, la Reyna loca en el cuento de Alicia y tomar té con una liebre descocada.

47 minutos de andar en Londres sin estar en Londres, frente a una taza de café y no de té Lupe descubre en los dientes de un empleado del aeropuerto que no todos los Ingleses tienen los dientes chuecos. El café, no, tampoco sabe tan diferente, tampoco el pan ni las miradas de los hombres de una isla húmeda y fría. Mentiras esperadas, no se sorprenden, la gente inventa muchas cosas, narices grandes, ojos, cuerpos peculiares, hábitos extraños; después de todo ni siquiera su padre viste un enorme sombrero y se cubre con un sarape debajo del cual un traje de manta, y su pueblo nunca fue un lugar de nopales con un clima caluroso. Cuando parecía tan lejano resulta estar más cerca, resulta ser más inmediato, aquel reloj en esa torre cuadrada que en su infancia parecía imposible se vuelve ahora un fantasma que la acosa desde la calle. Las calles que no ha pisado aún, los parques que no ha visto. Se pregunta cómo será enfermarse en Londres y se descubre sola. Seguro que no habrá un puesto de tacos allá afuera, cuando volverá a comer pozole. Después de tanta gente pasar frente ella, y por fin ponerles atención resultan lo suficientemente extraños como para sentir cierto pánico. Cómo será amar en este país.

Quizás un suspiro más, quizá otro trago de café, quizás un último segundo antes de dejar su asiento, un asiento que después de todo es prácticamente igual a todos los asientos de los cafés de todo el mundo. Cosas insignificantes, y sin embargo sólo será ese lugar en el que estuvo por primera vez, sólo ese café que no volverá a ser servido, que no volverá a ser tomado. Quizá un segundo más antes de partir, antes de sentir que el mundo se viene encima, que más que el sabor del café en su boca, del aire, que la sensación del asiento contra su cuerpo, es el simple hecho, irreconocible aún, de estar en otro sitio. Las azafatas no anuncian que la soledad te espera allá abajo, quizá no al momento del aterrizaje, pero espera. Tampoco, ninguna voz en los altoparlantes del aeropuerto que diga que la soledad llega a tal hora, que abordará por tal puerta en tal sala, que diga que te cae encima mientras le das un último trago al café. Quizás un segundo más antes de salir.

Otro mundo se abre, se apresura a pagar, y si no hubiera comprado euros antes de venir, cómo abría hecho para pagar, a quién llamaría. Nadie, no habría nadie. Se abren las puertas del aeropuerto, estoy aquí, lo hice. Siente que el mundo se mueve como si fuera una película y se siente feliz. Toma un taxi, que no es como los taxis de su país. “Buenos días, me podría llevar a Portman Square”, ríe y se disculpa por haber hablado en español.

El auto acelera con dirección al este, Lupe recuerda haber olvidado cómo se siente aterrizar, pero siente ahora como se sintiera estarlo haciendo, una ligera pérdida de peso, un hueco en el estomago que produce cosquillas. Viajar en esta dirección es en cierta forma viajar al pasado, su futuro es un pasado por explorar. Los árboles crecen en el horizonte, desaparecen del paisaje a medida que el auto viaja ahora a una velocidad casi constante. A la orilla en el camino aparecen algunas casas que no son como las de sus recuerdos, la vegetación es constante pero poco a poco comienza a hacerse más escasa, a la vez que Londres comienza a volverse visible. Las calles, los edificios, la gente andando en la calle, en otros autos, ella se llena los ojos de Londres. La ciudad se muestra de repente, aparece casi sin previo aviso, de pronto se está en ella, se es observador y parte del entorno; de pronto, en un instante Lupe se vuelve parte de Londres, un visitante más a bordo de un viejo taxi londines.

Son las 10:55 am, la luz despeja la vista, se despierta con una mirada clara de sombras, reflejos de cristal y fachadas de edificios, se mete por la ventana de un taxi, descubre un terciopelo tinto en los asientos, una sonrisa lumínica en la barba rubia apenas crecida del chofer, las manos nerviosas y húmedas de Lupe que no puede guardar una sonrisa casi congelada en su rostro. En su mano un papel arrugado y mojado de transpiración, en el que algunas direcciones están escritas. “Tienes que ir a Portman Square antes que nada”, le había dicho Eva con un tono autoritario, “Putazorrabruja” había pensado ella mientras sonreía. Y sin embargo, era ahí a donde se dirigía; tal vez sí las historias de odio son igual cuentos de amor, se sostienen de menos en una frágil ambigüedad pronta a decantarse hacia a algún extremo. “Te ves linda con esa blusa que te presté, es Dolce & Gabbana”… el taxi se detiene… “Portman Square”

Los edificios se alzan como atalayas inaprensibles, el sonido de sus tacones resuena en su cuerpo, después en las calles, sonidos anónimos que vienen y van a todos lados. Lupe respira profundo, Londres no cabe en su cabeza, una palabra tocada por la realidad, el lugar de una huella que con el tiempo cambiará su forma, una marca, un recuerdo que se arrastra minuto a minuto, de construcción a construcción, de banqueta a banqueta, Portman Square podría ser igual que pisar la superficie lunar, que tocar la cima de una monte lejano; bajar una banqueta, lo mismo que saltar a un precipicio.

Son las 11:15 con 42 segundos, Lupe da un paso para bajar la banqueta, Portman Square frente a ella, voltea hacía la izquierda…

Un golpe seco seguido de un acorde de pequeños golpes, la materia se fractura, se desgarra. Un rechinido, cristales rotos, metal abollado, el miedo en el rostro de un conductor. Un carro atraviesa Portman Square, deja una marca de hule en el pavimento, se aleja, desaparece.

En el suelo, Lupe, el cuerpo sin vida, la piel hecha jirones, el cráneo roto, el cerebro se asoma, se riega un poco en el pavimento. En su muñeca, el reloj que se detuvo con el impacto, el tiempo congelado, marca las 5:15 am; zona horario, ciudad de México.



*Sin versión en francés por la incompetencia de un servidor, gracias.