11/5/08

¿Quién dijo qué de la poesía?

(o del día que, estúpidamente, intente matar a la poesía poéticamente)

Nada, no hay nada
donde levantas una palabra;
sólo un rumor cuajado
de suspiros.
Debajo de las piedras
famélicos gusanos,
rozadas lombrices,
un fuerte aroma
a entierro de raíces
y agua que anochece
la tierra.

Nada, no hay nada
donde destruyes una imagen;
(tu construcción del mundo como un tic nervioso)
Sólo un total des-habitamiento
que te congela las tripas,
un cansancio de volver a empezar
que te tiembla las manos
de más fatiga;
un no saber a donde ir
y, aún así, un ansia loca
de empezar de nuevo.

Nada, no hay nada
donde metáfora se entierre
por su propio peso;
sólo una ligera marca.
Nada donde quemare
este papel sobre el que escribo;
sólo un canto de cenizas mudas.

Hay, aún, este momento
de agua y roca derrumbada,
una llamarada que
no ha quemado el cuerpo,
un paso, un sólo paso,
en la hierba muerta.

Y luego, este momento,
el después dela palabra
como fuego, agua o roca,
hierba seca machacada.
El momento en que toda metáfora se vuelve estúpida (digo, como si en verdad hubiera estado escribiendo poesía). El lugar al que toda metáfora se jubila (sólo hay que ver esta última de jubilar a un tropo). El momento en el que quedo vacío.

Pero hay, también, después, mi gozar con la lectura de esta muerte, asesinato del que ahora, ustedes, pueden ser también: ¡culpables!

Es decir,
luego y aquí dentro:
hay después.

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