10/11/07

Dos historias diferidas o cuasi-polarizadas

I La imposible tristeza de un sabio

Ese día, como todos ellos, había terminado todas sus tareas habituales. Tantas veces repetidas que su cuerpo las seguía como el agua obligada a pasar por un camino artificial. Desviada de ríos donde se confundiera con la tierra. Tierra-lodo-agua, los límites quedaban emborronados. Agua-vapor-aire, los horizontes se difuminaban. Ahí donde el aire arrancaba cuchicheos a las hojas, el agua golpeando, cayendo, donde las piedras hablaban. Su cuerpo alejado, sin río ni gleba ni piedra, entrenado como el del gimnasta pero en otros métodos, se resguardaba en sus ropajes gastados, humildes pero siempre limpios, límpidos como el cielo en la madrugada. “Los hábitos y el hábito”, se decía siempre. “Siempre hay que estar preparados”. Toda su vida había seguido ese camino, seguro, absolutamente seguro, como poseedor de la más grande certeza del hombre. Su infancia había comenzado con esa certeza, seguir ese camino. Veía con desdén a los buscones, a los que extraviaban sus caminos, a los que, sin ataduras o muy atados, iban a la deriva, sin rumbo, libres como perros, arrastrados por su olfato, arrastrados.
Ya sus pies le pesaban como piedras, como atrapados por grilletes que arrastraban los muchos años de su vida. Por ello había dejado de bajar al pueblo. Sus seguidores lo visitaban ahora en lo alto de la montaña, para escuchar sus lecciones, para tomar un poco de su sagrada e inmensa sabiduría. En recompensa, por su bondad, piedad y humildad, sus devotos le llevaban alimentos, leña, aceite, todo lo necesario para llevar una vida sin carencias, sin excesos.
Ese día, como todos ellos, los días de su vida entera, no sería diferente a los otros, disciplinados y vividos con toda intensidad, y sería, sin embargo, totalmente diferente a los otros.
Ya era de mañana y el sol comenzaba a entibiar el ambiente. Para esas horas las tareas de los habitantes del pueblo habrían ya comenzado a intensificarse. “No tardará en llegar”, pensaba el sabio. Había un joven que todos los días lo visitaba, le llevaba algo de comer y permanecía ahí, junto a él, esperando algo que aprender, algo que tomar de su sabiduría. La que éste le entregaba humildemente y sin restricciones, a manos llenas. El joven encontraba cada día el día más feliz de su vida.
Se escuchaban pasos subir, resquebrajando los detritos de los árboles, chasqueando en los oídos, como microscópicas explosiones. Era evidentemente el anuncio de su llegada. El sabio respiraba profundamente, hinchando el pecho y dejando escapar el aire lenta y suavemente por su nariz. Tanto para el joven como para él era un momento de regocijo. Estaba totalmente agradecido de tener a quién entregarle su sapiencia. Seguro de que este joven, aún débil y tímido, pero de una fortaleza mental incomparable, seguiría, retornaría su camino, su espírito se encontraba en calma.
Llegaban los pasos hasta la cercanía, alentándose y acompasándose con un jadeo que los adelantaba en ritmo. Los pasos se detenían en la puerta, tocaban tres veces a los oídos un sonido seco de madera vieja.
-¡Adelante! –Una voz grabe y profunda traspasaba la puerta, como siempre. El corazón del joven se estremecía y alegraba, una excitación que no sabía explicar. Sabía, sin embargo, que aquella voz, tan profunda y bella, un día, seguramente, dejaría de ser la respuesta a sus golpes a la puerta.
“Adelante, está abierta, como siempre, querido y joven amigo”. Se decía el sabio. Sin pronunciar palabra alguna.
El joven abría la puerta cuidadosamente, produciendo un terrible chirrido, que amenazaba con destruir la magia. Depositaba las cosas sobre la mesa vieja. Sentado, el sabio, lo miraba con sus profundos ojos. El joven, excitado, tomaba su lugar, y esperaba.
-Hoy, el día del fin -hablaba el sabio-, las cosa dejarán de ser lo que han parecido. No bajará más la noche, canto de pájaros, alas y viento no pasarán. Éste día, ha dicho Dios, nos veremos las caras, afinaran el canto las palabras, para expresar lo que siempre han querido expresar. Tu voz, mi voz, una sola y única voz, como los tiempos en el tiempo. Retornarás, serás traído al frente, junto a mi, Yo, entonces, sabré si rechazarte o aceptarte. ¿Qué has hecho tú para recibir mi vida, para permanecer conmigo? Ha dicho Dios ¿Has seguido a caso mi camino, andado sobre mis pasos sin mirar a los lados? ¿Acaso tú, pequeño ser, crees que tienes algún derecho? ¿Piensas tú, siquiera? No te atrevas a morir si no estas preparado para mirarme a los ojos.
Se detiene el sabio un momento y continua. Su voz ya más tranquila.
-Ésta es la lección de hoy. Debes prepararte. Ya, estar siempre dispuesto. Una vida más allá nos espera, todo vale por ella –respira el sabio profundamente y prosigue. Acércate a mi, joven discípulo, ven y deja acercarme a ti.
El joven, tembloroso y sobre excitado se acerca a él. Éste lo mira otra vez con sus profundos y tiernos ojos, levanta su mano y toca su pierna. Un extraño frío toma su cuerpo, las suaves y arrugadas manos del sabio recorren el cuerpo del joven.

...

El sabio
Sentado en su silla: “Hoy es el día, todo está dispuesto. He seguido firmemente este camino para llegar hasta a ti, Señor. Señor, Dios mío, único. Hoy es el día.
Mirando a la lejanía: “Señor, soy tu fiel seguidor, sirviente eterno. Estoy listo para ser juzgado. Siempre lo he estado. Tú lo has dispuesto así.”
El viento frotando suavemente la piel de su rostro: “Sí, Señor mío, tú me haz otorgado todas las respuestas, tú, lo único y todo. Me has hecho seguirte, ser la piel mortal de tu espíritu eterno. Llegaré hasta ti. Hoy es el día, lo siento.
Los aromas de la tarde perfumando el silencio de la montaña. Y venían hacia él.

Para la tarde, como todas las tardes de ese día, los habitantes del pueblo subían hasta lo alto de la montaña y se congregaban alrededor de la casa del sabio, esperando escuchar sus lecciones. Él, no demoraba, y todos esos días se entregaba totalmente a sus seguidores, a la perfección de sus monólogos de sabio, que, si bien ese día era especial, no se haría ninguna excepción en su entrega.
-¡Hermanos míos! Escuchar las palabras de este viejo sabio. En el principio no había sino hipnótico vacío, arrebujado sobre su propia vacuidad, frío y cálido sin diferencia. En el vacío había un cúmulo y en el cúmulo un alma contenida, que contenía en ella, todas las cosa pensadas. Dios , más allá de todo tiempo y espacio, en el fin y el comienzo de lo posible e imposible, alargaba su mente para tocar este cúmulo potencial. Dios, mortales que me escuchan, ha abierto el espíritu de las cosas, permitiendo que estas fueran posibles. En todas las mentes de todos los hombres hay una fracción, infinitamente fraccionable de este vacío tocado por dios. Regocíjense, hermanos, porque han sido tocados por Dios. Dios ha hecho las cosas y los pensamientos, ha extraído del vacío lo posible, y ha separado todo mal, poniendo lo bueno con lo bueno y lo malo con lo malo. A nosotros, sin embargo, Dios nos ha hecho para desequilibrar la balanza, hemos sido de lo bueno separado hacia lo malo. Nuestro trabajo es recuperar éste camino, devolver lo bueno a lo bueno para poder estar en Dios. Recuerden siempre que Dios está detrás de cada cosa, única y diversa, que todo a sido tocado por Dios; que todo es razón de Dios. No pierdan el camino, hermanos, ni hagan, tampoco, perder el camino. ¡Devolver lo bueno a lo bueno! Ha dicho Dios. Regocijémonos, hermanos, porque hemos sido tocados por Dios. Escuchar estas palabras y seguirlas, como la luna sigue al Sol que dios ha hecho como bueno...
Y así, todos atentos, el pueblo escuchaba las palabras de aquel hombre venerable, y se regocijaban con ellas. Permitían que sus palabras tocaran su corazones, algunos de los cuales vacilaban con extraviarse y recuperaban fuerza al escucharle.
Para el final de la tarde todos se retiraban y el sabio volvía a quedar solo en su montaña, separado del pueblo y a la vez, en él mismo, separado de la montaña. Nada lo había arraigado nunca, sólo su propio espíritu, su camino.
Todo estaba dispuesto para su último viaje, seguro en el pueblo extrañarían por siempre su presencia, ya no volvería más. Dejaría todo atrás y llegaría a su última meta, a su último camino en el que ya no andaría más.
Todo estaba dispuesto, como cada día sin excepción.
Ahora, a esta hora, como cada día, sentado en su silla, esperaba, sin embargo, hoy esperaba algo más, el clímax de su obra, la gran recompensa por todos sus trabajos.

“Ya sé que vienes, Dios. Te he esperado siempre, desde el comienzo de mi vida hasta este mismo final. Me dejarás estar contigo Dios, porque he seguido tu camino y esperado con ansia éste momento. La mano de mi madre era tu mano, mi hermano tú mismo, el cuerpo que devorado se ha perdido sobre el amanecer tus ojos abiertos derramando el único sentido de todo lo que se ha visto y yo tus ojos y mi boca está en tú boca... ya lo siento, eres tú Dios el único que hay que ha sabido entenderme como las hormigas en sus construcciones desesperados por hablarte a ti subiendo, viniendo de todas partes... eres tú siempre junto a mi cuerpo desgastado... nada importa si no tú la vida más allá que se junta siempre. Ya te siento dios... llévame seré tú lo tuyo en el espíritu de todo.”
El sabio parece mirar una fuerte luz que lo borra todo, todo desaparece, luego no hay ni luz siquiera, ni nada. Se apaga.
Y luego, nada.
...

Al siguiente día, a la visita del joven, nadie respondió detrás de la puerta, ninguna voz volvió a sonar de nuevo, profunda y bella. La muerte había llegado, el joven continuaría el camino.
El sabio fue llorado y enterrado después de los rituales adecuados. Devuelto a la tierra de la que fue extraído, devorado y defecado por insectos y sus larvas. Sin Dios ni Diablo, dispersado por el mundo.



II La terrible tristeza de un sabio

El sol golpeaba lento las vidrieras, se escurría entre las ramas de los árboles que lo devolvían fraccionado, adentro se atenuaba adelgazado por la sutil opacidad de los cristales, amarillento, derramado encima de todos los muebles, mutilado y anulado. Si amanecía o atardecía, no había forma de saberlo en ese justo momento, había que espera. Esta vez el sol salía, él estaba seguro de ello. Se había levantado muy temprano y recorrido en coche los varios kilómetros que a diario, por los últimos años, había recorrido desde su casa hasta el centro de investigaciones. Más su casa que aquella otra a la que se refería con ese nombre y en la que sólo estaba a veces para dormir un poco. Más que todo, su templo. Como fuera, le hubiera sido inútil permacer más tiempo alejado, le había sido imposible dormir, de hecho no sabía como había logrado separarse de su trabajo en tales circunstancias. Esta lejanía lo conminaba a un colapso, apremiaba el volver a seguir trabajando, porque esta vez estaba cerca.
“Por fin voy a demostrarlo, una prueba irrefutable, nadie va a creerlo”, pensaba él, mientras recorría uno de los grandes pasillos que comunicaba los diferentes centros de investigación especializados. Sus pasos crepitaban, reverberaban amenazando con desatar un caos sonoro que rompería la calma del lugar, pero no iban muy lejos, el silencio retornaba y avanzaba, aniquilaba cada intento de perturbación. Su ansiedad no era poca y sus pasos se aceleraban, pero el espacio era imperturbable. A pesar de que el lugar parecía estar solo y desabitado, como un desierto pulcro y frío, contenido en una enorme y bella edificación, templo del conocimiento, en el interior de los laboratorios, a todas las horas del día, se podía ver una intensa actividad. Eran demasiado los proyectos e investigaciones que ahí se realizaban, que parecía imposible para los nuevos sabios, ávidos de nuevos conocimientos esenciales, separarse de sus trabajos. Principalmente eran las investigaciones más fundamentales de los último tiempo, todo lo que había sido meta-física parecía ahora resolverse, encontrar su lugar, la respuesta más convincente o simplemente desplomarse ante los hechos, desvanecerse en el espacio como creencias vanas y superfluas.
Justo desde ese pasillo por el que ahora él caminaba, podía verse hacía fuera uno de los extremos del acelerador tr4~2, el más grande y potente que se había construido en todos los tiempo. Su centro de trabajo se localizaba justo en una de aquellas terminales donde se registraban y analizaban todos los datos que arrojaban los sucesos y singularidades que tenían lugar en aquellos puntos. Sin embargo su proyecto era muy diferente, había ideado, como su tesis de doctorado, un experimento que permitiría demostrar la existencia de los últimos datos necesarios, lo que para ese entonces parecía insoluble, que terminaban de confirmar un sistema fidedigno que explicaba el total de la realidad. Una gran teoría unificada, en la que se había trabajado por años, a la que se habían sumado esfuerzo en un trabajo colectivo, intelectual y experimental, sin precedentes, la creatividad e imaginación de muchos genios.
Casi él ya no podía contener la emoción, estaba en el final de aquel enorme proyecto. Su gran sueño, pertenecer a la solución de las preguntas fundamentales de la humanidad. Los últimos datos confirmaban su hipótesis, y le daban el sí a los datos que se deducían de la gran teoría unificada, la más poderosa que el hombre había imaginado, la que le llevaba a responder sus últimas interrogantes.
Ya estaba ahí, debía volver, confirmar que los resultados eran los correctos, repetir de nuevo todo el procedimiento y espera que los resultado se repitieran. Una última confirmación después, esperar.
El silencio se hace irresoluto antes de entrar a su laboratorio, lo invade todo, se apodera de todo y de todos, sólo él se escucha, inaudible e in-presente, el silencio como el ruido de fondo de la existencia, los restos de la onda de choque de una gran explosión, ancestral. “¿Como se prepara uno para esto?”, se preguntaba. “Atinará alguien a saber que hoy, que este día se resolverá, que en unas horas tendremos una respuesta”, su corazón ya no le cabía en el pecho, sonaba, existía, no era habitual que uno se percatara de ello.
Ya estaba ahí, todo olía tan nuevo, tan claro y puro. Los datos eran correctos, ya era la quinta vez que los revisaba desde su primera noticia, apenas ayer, apenas unas cuantas horas. Se le habían ocultado por años, pero siempre habían estado ahí, tan a la mano que parecía que se habían estado burlando de él. Esquivos, inasibles, pero había superado el reto, ahora estaba a punto de ganar. Quedaba repetir el proceso y esperar.
Todo estaba listo, la espera parecía eterna. “Sólo unas cuantas horas”, se decía.
Ahí, donde siempre se sentaba a revisar las fórmulas y los resultados de los experimentos, tenía un pequeño cuadro, con la foto de su esposa y su hijo. Una esposa de la que casi no era esposo y un hijo del que casi no era padre. Sabía que valdría la pena, que todos sus esfuerzos y sacrificios no serían en balde. A penas lamentaba el estar tan alejado de todos, de prácticamente no ver a su familia. Recordaba la última conversación que había tenido con su pequeño hijo “jaja.. si a eso pudiera llamársele conversación” se decía riendo consigo mismo. Le costaba trabajo comunicarse con su hijo y su esposa, sentía que no entendían nada de lo que decía. Apenas hacía unos días había tenido que castigar al pequeño por escucharlo rezar, algunos rezos de una religión que él desconocía y no le interesaba en lo más mínimo. Seguramente el niño los habría aprendido de algún compañero de su escuela, pero era inadmisible, nadie en su familia podía dar muestra de tal ignorancia. Había encerrado al niño en el baño, y como no soportaba sus lloriqueos había regresado a su laboratorio, dejando instrucciones precisas a su esposa de que le dejara salir en un rato y que lo obligara a escribir cien veces: “Dios no existe, no tiene lugar en la física, no hay antes ni lugar en el que el big-ban existió, el tiempo y el espacio surgieron en ese momento, por lo tanto no había nada antes, dios no pudo haber creado el universo.”

Ya era hora, los resultado estaban listos. Las manos le sudaban increíblemente. Tembloroso y agitado comenzó a revisar los datos, titubeando. Sentía como si todo su cuerpo se hubiera vaciado, o intentara quedar por completo vacío. ¿Era posible? El corazón latía fuertemente, desbocado, como una máquina a punto del colapso, más rápido y más fuerte y más. Era posible, todo estaba allí. La frente se le derretía, la sangre subía demasiado rápido, la vista nublado. Demasiado calor, frío, todo a la vez, ya no atinaba a saber qué sentía, cómo descifrar todos esos estímulos, desaforados y simultáneos. La vista se esfumaba, se desvanecía, como si la luz comenzara a bajar su intensidad, velando la existencia. El pulso sonaba terrible, retumbando, más fuerte, todo era ese ritmo acelerándose e intensificándose, el único estímulo reconocible en el caos. Apagándose volviéndose más caos, enfriándose. La información desaparecía, menos estímulos, un dolor atravesado en el pecho que no lo dejaba ya respira, las extremidades se hacían fantasmas, luego nada, ya no estaban. Frío, calma, el dolor comenzaba a desvanecerse, nada. No había sentido ni siquiera su desplome, su cuerpo cayendo pesadamente, golpeando su cabeza contra los muebles, todo el cuerpo contra el piso. Un sonido seco y profundo, eficaz como un suspiro. Rápido, sin tiempo para ejecutar algún pensamiento, como una reacción del cuerpo que la conciencia no alcanza a prever, del que apenas tiene tiempo para notar su existencia.
El científico quedó tendido en el suelo, solo, entre un reguero de hojas, ahítas de símbolos que sólo muy pocas personas podría traducir. La muerto, el silencio lo cubría, cada forma, las actividades reducidas al mínimo. Su calor se disiparía, la temperatura de su cuerpo comenzaría, a decrecer, hasta entrar en un equilibrio estable con el resto de la habitación en el nivel más bajo de energía; entropía, a la alza.

...

Otros ojos se abrieron, más claro que lo claro. No había ningún dolor, ningún sentimiento, ni pena ni alegría, ni dolor o placer. Todo parecía inmutable, podría decirse que reconfortante, pero ese sentimiento parecía haberse borrado, esfumado en el viaje, anulado, forcluido para siempre de todos los registros posibles. Algo verdadero y bello, crecía, se aproximaba. ¿Cómo aproximarse si parecía que lo era todo? Uno, múltiple, junto y separado a la vez. Quería sentir miedo pero no podía, buscó y no encuentra nada. “He muerto... ¿cómo puedo estar...” Mil esencia se postraban sobre él, ni luz ni sonido, ni tacto, gravedad o peso, ningún olor, sabor de boca y sin embargo todo estaba allí., permanente, indescriptible. “¿Dios, eres tú? Pero... pero... no existes...”
No tenía que pasar nada, en ese mismo instante sin tiempo todo estaba ahí. “Es tu hora de ser Juzgado”
La tristeza más terrible parecía llegar, y nunca manifestarse. Se quedaba suspendida y parecía volver y nada. Comenzar otra vez fuera del tiempo, suspendida e invocada, fantasmática. Su único deseo, todo lo que hubiera querido, habría sido tener lágrimas. Su castigo, la eternidad de esa tristeza liminar ante todo, cada vez, de nuevo.



Moralejas

(Precaución: estas moralejas pueden ser en exceso unidimensionales y no aptas para creyentes)

I (versiones 1, 2, y 3)

-Ten cuidado en apostar toda tu vida en algo que su último fundamento sea la fe, y la fe en algo que ni siquiera se puede falsear o, mucho menos, verificar. Recuerda que la fe mueve montañas y destruye edificios. Puede ser mala para la salud.
-Desconfía de todos aquellos que te quieran ver cara de perro de Pavlov. Si te portas bien te doy un paraíso, si te portas mal te vas al infierno, esconden una galleta en la espalda y te hacen babear y mover la cola desmedidamente. Eso es inmoral, en el caso de que no seas un perro.
-Si alguien te amenaza con que te juegas la vida eterna, date cuenda que te está manipulando y usando un método terrorista. Seguro te pedirá que reces a diario o que te hagas explotar con una bomba a mitad de un lugar muy concurrido. Aléjate inmediatamente de él y cuéntaselo a quien más confianza le tengas.

II (versiones 1)

-Si cuando te mueras de pronto se te aparece Dios (ya sea que tenga muchos brazos, forma de animal, barbón, pelón, o te manda cortar la cabeza porque pensaste que era cristo), escúpelo a la cara y dale una bofetada, por poco original y simplón; pídele que se disculpe por haber hecho que parecieran más convincentes las historias científicas que las historias de la Biblia; demándalo por haber creado el libre albedrío, seguramente será omnipotente y actuó, entonces, con alevosía y ventaja.

5 comentarios:

Andrea dijo...

Ja! y si resulta ser que el mismo dios al que tenías fe resultó ser el mismo que te tenía como perro Pavlov?, también acudir al ser de más confianza? ups, ese era dios también, y ahora?

°venganza dijo...

fe de errata: me comí la preposición "de"; es perro de Pavlov. Cuando escribo me como las heces y otras muchas cosas, ja.

Eso de las moralejas son más bien como malos chistes. Siempre que se trata de Dios nuestro señor, la cosa se jode. Eres un niño en preescolar y peleas con otro niño, tu papá es Batman y el papá del otro niño es superman (o Dios, en su defecto), ya te jodiste. No puedes argumentar nada contra alguien que se supone es omnipotente (ergo, omnisciente, omnividente, omnipresente, omniculero y omnibondadoso, etc.),
toda crítica está perdida, todo razonamiento superado. La postura de Dios es la más injusta de todas las posturas de todo el universo y de todos los tiempos.
Gran problema, cualquier intento te lleva a eso: "ups, ese era dios también, y ahora?"

Como sea las construcciones religiosas estilo conductistas (estímulo-respuesta) y terroristas, me parecen inmorales y terriblemente deshonestas. Si ayudas a alguien, no lo ayudas porque querías ayudarlo, por hacerle un bien (hablando en términos muy limitados), sino porque quieres ir al paraíso (te apuestas la vida eterna, eso es como un chantaje del tamaño del mundo). Así que, en cierta forma, todos esos sentimientos piadosos de los religiosos, son como el gato que baila el jarabe tapatío ante el estímulo adecuado o el perro que babea. La pregunta es ¿Qué es lo que se está jugando en todos los actos moralmente correctos de los creyentes, y en qué sentido realizan esos actos? (si yo fuera Dios, ventajosamente, los mandaría a todos directo al infierno)

Andrea dijo...

Sí, iba a poner el perro DE Pavlov, pero hubiera sonado a una pedante correción además innecesaria, porque igual se entiende perfectamente a cuál perro te referías (al que se le evalúan los estímulos con la campanita, babeo, etc...no soy tan picky!)

Yo creo que lo dices con respecto a la conducta moral es cierto, yo lo metaforizo con una alcancía: la gente cree que la bondad u obras buenas que hacen se las ponen en una especie de chanchito de porcelana...donde al romperla recibirán a cambio todo el bien que han hecho. "soy bueno para que sean buenos conmigo, perdono para que me perdonen", al final, egoísmo y vanidad, nada de dar por dar, muchos "buenos" lo son sólo por apego al fruto. La idea es, digo yo, tratar de hacer alguna diferencia.

quark schiz dijo...

La imagen de Gawd de South Park me hizo cagar de la risa la primera vez que la vi. Si yo fuera Jesús, cuando me baje de los cielos, le pediría al creyente de turno que me chupe las bolas como prueba de fe.

°venganza dijo...

Andrea, la verdad no sé si existe una posición en la que uno logra realizar un acto verdaderamente desinteresado. Tendríamos que pretender que todo acto de éste tipo se volviera un fin en sí mismo. Creo que hay un montón de actos que son motivados por algo más. Por ejemplo, en un desastre natural la gente puede sentirse motivada a ayudar por un estado de empatía con los afectados, en el que el traer hacía uno mismo ese estado de desgracia, propicia reflexiones como "si yo estuviera en esa mismo situación quisiera que la demás gente me ayudara, entonces ayudo"; porque quiero ser ayudado. No critico tanto eso, como sea funciona socialmente y no sobrepasa un estado material de la propia persona; darse cuanta de ello y no engañarse a uno mismo creyéndose un santo, por lo menos, implica un nivel de honestidad. Por otra parte, visto desde una estructura religiosa (tipo el catolicismo), el acto puede ser prácticamente incongruente con todo el sistema. ¿Eres alguien que ayuda a alguien más porque ve que está jodido o porque no quieres que se joda, a lo suma por una empatía, o porque estas cagadísimo de miedo de irte al infierno (y habitualmente la experiencia negativas son más efectivas que las positivas) si no haces el bien. No piensos que la situaciones sea tan unidimensionales, y el problema suceda justamente como lo describo, pero creo que sí hay una aproximación.
Este problema también descubre otras circunstancias, en cierta forma esa postura terrorista-religiosa se demarque sobre un principio básico en el que el Fin justifica los medios. No importa como lo hagas, lo que importa es no ir a parar al infierno y ganarse una vida eterna en el paraíso (quizás infinitamente absurda, pero ¿de eso al infierno?). Ahora bien, si eres un tipo que trafica personas y prostituye niñas, porque quieres tener dinero para que tu familia no pase ninguna carencia, evidentemente este fin está descalificado por la religión, pero el punto es que desde esa misma estructura no podemos juzgar el acto de prostituir por sí mismo porque no es el fin. Es decir, o podemos juzgar los actos de los religiosos y descalificarlos cuando no pasan de un estado de estímulo-respuesta ante un riesgo o de egoísmo descarado (en el que finalmente el proxeneta estaría en ventaja, al menos su interés es la familia, lo que lo motive es otro problema), o no podemos, pero en tal caso tampoco podemos juzgar, la prostitución, el narcotráfico, la guerra, asesinato, etc., etc., porque lo habitual es que no son fines en sí mismos.
Evidentemente no pretendo que debamos estar en un punto de egoísmo nulo, en el que todos nuestros actos sean desinteresados. El punto es que la religión motiva un alto grado de egoísmo disfrazado, que por otro lado contradice sus propios principios. Prefiero un egoísmo e individualismo asumidos que uno disfrazado de bondad mediocre.

Schiz. Todo eso de Dios es muy cómico. Podemos asumir que no hay una forma definitiva de negar su existencia. Siempre surge un límite, y los creyentes están siempre ansiosos de arrojar su dios en ellos, salvaguardarlo de cualquier reflexión. Sin embargo este hecho no nos dice nada de Dios, en todo caso podría ser cualquier cosa. Si no podemos negar finalmente su existencia, igual tampoco hay indicios de que Dios debía ser de algún tipo especial. Podría ser cualquier cosa bufonesca y simplona.

Creo que tu prueba de fe pondría en peligro tus bolas. Al instante tendrías una enorme fila de cristianos esperando su turno para realizar el acto (digo, todo fuera tan fácil como chuparle las bolas a Dios nuestro señor), ja.