20/11/07

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Una gata siguió a mi madre desde la tienda. Se quedó a dormir conmigo, después se fue; a veces regresa y se va otra vez ; a veces seguirá regresando y se irá siempre.
También ese mismo día llegó una perra y se instaló en la entrada de mi casa. Fue inútil hacer que se fuera con agresiones verbales; querer que se fuera, no bastaba querer. Tal vez, la única forma de hacer que se retirara sería con agresiones físicas, pero no sé agredir así a los animales (lo cual es ilógico porque seguro entienden mejor esa comunicación universal que nuestras lenguas marginales); sólo sé agredir a los hombres que conminan mi existencia material o mi vida mental con enunciados vacíos y mal construidos. Pero bien, lo que es seguro es que esa perra está totalmente decidida a vivir ahí; mejor los gritos que ser vejada por los demás perros de la calle (peor si se posee un cuerpo pequeño), por sus congéneres desterrados.
Los perros de la calle son como extensiones mal logradas de la cultura. Monstruos lanzados por quienes fueron desterrados en principio y sin manera de volver allí, mutilados, incapacitadas para un retorno. La naturaleza se vuelve triste cuando la pisa el hombre y se queda a medias, en la zona límite de las fronteras, emborronada.

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Camino. Me rasuré la cabeza (memorándum: afeitarse uno mismo el cuero cabelludo de toda la cabeza requiere mucho tiempo, no volver a olvidar este inconveniente), el aire pasa sobre la superficie, más frío; las cicatrices marcadas en la piel de mi cráneo me hacen ver como un perro de la calle y los transeúntes me extrañan un poco de su mundo. Me detengo a mitad de un puente que cruza una de las avenidas más grandes de la ciudad; no tan grande como la de otras ciudades, no tan chica, la de una ciudad en el borde de empezar a volverse caótica, o un poco atrás del ya estarse volviendo. El aire otra vez en la piel del cráneo. De pronto estoy todo ahí, en la piel descabellada, todo lo demás del cuerpo se hace también el mundo, ajeno, empezando y se mete de regreso por los oídos y los ojos, los sentidos de un más allá limitado. El tacto está justo aquí, sobre la superficie, intercambiando calor, en un estado de desequilibrio. Y el cuerpo y yo y todo lo que soy alternativamente, como un condensado de información organizada, que queda lejos de ser analizada en tiempo real.

Hay libros buenos en la biblioteca de la facultad de filosofía que son muy malos; terriblemente nobles como sólo los libros y algunos otros objetos inanimados pueden ser. Para comunicarse con los muertos hay que hablar en silencio... intento hablar con Quine, pero no habla español, hago un esfuerzo extra para intentar entender lo que dice.

Si las bibliotecas fueran como los supermercados no tendría que ir tan lejos, todas serían iguales. El capitalismo es un espacio que se alisa en las superficies. Una imagen holográfica. Tengo pedazos de ella cubriendo mi cuerpo; a pesar de estar infinitamente fraccionada sigue siendo una sola, repetida casi en su totalidad por cada fracción.

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